Senderos de claridad

En meses de pandemia, el funcionamiento democrático sigue siendo imprescindible. La cámara de diputados y senadores ha sesionado a la distancia con los recursos tecnológicos disponibles. Pero también, las discusiones acaloradas siguen existiendo como lógica del disenso democrático afortunadamente. Aprendimos sin dudas de nuestra historia y conservamos un período democrático estable (1983-2020) en comparación con la región. 

Hace 85 años, Enzo Bordabehere era asesinado en el Senado argentino al interponerse en un disparo dirigido a su amigo y compañero Lisandro de la Torre, quien estaba denunciando a funcionarios del gobierno de Justo por negocios relacionados a la exportación de carnes a Gran Bretaña. La exportación, de la mano del pacto Roca-Runciman que establecía la venta de carne argentina al Reino Unido a un precio más bajo que el ofertado por otros países, tenía en el medio beneficios para familiares del ministro de Agricultura Duhau.

Pero el asesinato fue algo más que un accidente contra un inocente. En concreto, Duhau empujó al diputado santafesino denunciante y Bordabehere salva a su amigo del disparo propiciado por Ramón Valdez Cora, un expolicía de mala fama, perteneciente al ala conservadora. Años después, Lisandro De la Torre se suicida con la culpa de esa muerte y una despedida algo nihilista “que mis cenizas sean arrojadas al viento, me parece una forma excelente de volver a la nada”.

En esta historia lejana de una Argentina atrapada en la fraudulenta década infame, la democracia como hoy la conocemos estaba lejos. La denuncia, discusión y el intercambio de ideas en el parlamento podían ser tan anecdóticas como trágicas. En el presente la violencia ha quedado atrás, pero el intercambio de ideas está lejos de la ilusión de una “concertación” alfonsinista y tenemos un parlamento casi totalmente polarizado que poco busca razonar.

Razonar representando intereses de los votantes con otros opuestos ideológicamente, es un imperativo filosófico. La razón es una capacidad más de la moralidad según Kant. El postulado de pensar “más allá de sí mismo” del filósofo incluye no solo aquella razón que forma una convicción, sino también la posibilidad del juzgar comprehensivo, como una capacidad social hacia la comunidad y de poder pensar en el lugar del otro.

La violencia ha quedado atrás pero el intercambio de ideas está lejos de la ilusión de una “concertación” alfonsinista

“Vuelva de nuevo a ser el gran tribuno de la verdad que nos muestre con su saber nuevos senderos de claridad”, decía Juan Augusto en un tango dedicado al santafesino Don Lisandro de la Torre. Esos senderos, como otros más senderos (si los entendemos como ideas) a lo largo de toda nuestra historia bifurcaban borgeanamente del sistema fraudulento conservador, de las proscripciones políticas e interrupciones democráticas por dictaduras violentas al tiempo que se desarrollaban, para llegar a la fortaleza democrática del hoy.   

Nos humaniza la capacidad de articular palabras como decía Aristóteles, y también la posibilidad de dialogar, comunicarnos con lo que está en relación. La democracia es eso, siendo la que nos manda y ayuda a cumplir nuestros fines políticos puede, según Ortega y Gasset, ser una institución más; y lo es, hasta en la peor pandemia de su época.