Factores y sesgos macroeconómicos en la irrupción de las crisis
La economía mundial parece recuperarse tras el shock contractivo COVID-19. Luego de un año de gran caída, las economías parecen comenzar a evidenciar reactivación desde fines del 2020, aún con el matiz de potenciales cierres administrados. Concretamente, la caída del PIB mundial del año 2020 de -3,5% superó a la de la crisis financiera internacional de 2008-2009 (-0,1%) aunque en esa dinámica hay un desempeño muy diverso entre países. Por ejemplo, la contracción económica en los países desarrollados del orden de -5% fue mayor a la de los países de mercado emergente con -2,4% donde los países de la zona sudeste asiático solo cayeron -1,1%. Ciertamente, la diversidad de esos desempeños nos invita a reflexionar sobre los factores de recuperación y su intensidad, más aún en una economía internacional de gran interconexión.
Como lo mencionábamos en notas anteriores, se observan la presencia de factores que generan sesgos esencialmente negativos que ralentizan la recuperación relativa y, por otra parte, factores positivos que aceleran o permiten mayor vigor en la recuperación de la actividad.
En concreto, los factores negativos, cumpliendo un rol de condiciones de base o iniciales ante shocks y crisis de cualquier naturaleza, se materializan esencialmente en la inestabilidad macroeconómica e institucional de los países. Economías con historias recientes de volatilidad y disrupciones en sus variables fundamentales, como el crecimiento de la producción, el consumo, la inversión o en variables nominales como precios y el tipo de cambio, tendrán dificultades de mayor intensidad para gestionar la crisis. A esto se suma la inestabilidad de factores vinculados con la institucionalidad de los países. Las denominadas reglas de juego o el cumplimiento de los contratos exponen a las economías a mayores riesgos de inestabilidad y recesión, pues ante shock, con independencia de su envergadura, los sistemas económicos con estas características tenderán a ser más vulnerables a la propagación de los efectos negativos.
Luego de un año de gran caída, las economías parecen comenzar a evidenciar reactivación desde fines del 2020, aún con el matiz de potenciales cierres administrados
Principalmente esto es lo que determina el poder de recuperación actual que tienen algunas economías por encima de otras. No obstante, hay factores idiosincráticos y geográficos que pueden impulsar recuperaciones de mayor ímpetu, tal es el caso de sociedades sesgadas hacia la productividad, el conocimiento, las nuevas tecnologías y los objetivos de país como Corea del Sur, Japón o Singapur. Contrariamente, se presentan países con grandes dificultades institucionales, sin objetivos macroeconómicos claros y niveles bajos de inversión como Argentina o, en un extremo, Venezuela. En ese sentido y como lo plantea el premio Nobel de Economía del año 2001, Michael Spence, para diferenciar los sectores económicos de alto crecimiento en la post recuperación del shock COVID-19: “muchos años de investigación e innovación han producido herramientas y tecnologías científicas poderosas que cada vez están más al alcance de los empresarios y los inversores que apuntan a resolver problemas específicos”. Desde este aspecto, la diferencia resulta ser notable ante economías con esa disposición de recursos.
Adicionalmente, la calidad de la gestión pública, la cual podemos incluirla en el set de variables institucionales, es determinante frente al desafío de la administración de recursos escasos. En este aspecto hay cierta bifurcación que pertenece al mismo camino. Por un lado, la perspectiva y el modo de acción de la política económica y, por otro, la calidad de gestión institucional del sector público en su rol de hacedor de política económica. Ambos se funden en un mismo camino y están estrechamente vinculados. El modo de acción de los países con sesgo negativo es de naturaleza procíclica, es decir, en períodos de crecimiento económico el gasto se expande y no se constituyen reservas para las fases de ralentización y recesión del ciclo. Mientras que en fases de contracción de la actividad, la gestión de política también es contractiva, pues no se disponen de los recursos necesarios para matizar ese ciclo y evitar daños mayores al tejido socioeconómico, principalmente sobre los sectores de vulnerabilidad y, en general y con perspectiva de mediano plazo, sobre la productividad total de la economía.
Por otro lado, la calidad institucional caracterizada por la discrecionalidad y la decisiones de gestión sin ciertos consensos generales imprimen aspectos de vulnerabilidad. Una gestión de política que carece de consensos y tiene un nivel relativamente alto y constante de discrecionalidad está asociada con un menor grado de eficiencia y resultados no esperados. A su vez, la administración de recursos en economías que se enfrentan a reiterados eventos de escasez de recursos, esencialmente financieros, estará asociada con disrupciones y fases de volatilidad que, ante shocks negativos de gran intensidad, pueden determinar crisis de larga duración y trayectoria. Eventos muy conocidos en nuestro país.
Adicionalmente, países con instituciones creíbles y estabilidad en variables macroeconómicas, es decir, con sesgos positivos frente al objetivo de reanudar rápidamente el crecimiento económico, tenderán a acotar los espacios temporales de crisis y/o recesión de la actividad lo cual, a su vez, evitan períodos prolongados de desempleo y pérdidas de productividad. A su vez, estas economías están asociadas a un desempeño de mayor estabilidad en el crecimiento económico, menor inflación y volatilidad financiera lo cual no es una casualidad. Si bien estas economías están expuestas a shocks, la gestión de política económica es contracíclica, es decir, en ciclos de expansión económica capitalizaron recursos para utilizarlos en la eventual fase contractiva, es decir, la gestión económica tiene una perspectiva convergente en suavizar los ciclos.
En suma, si bien se presentan eventos no esperados para todas las economías que pueden ser negativos, hay matices para los países con diversas condiciones y características que determinan su accionar, esto es, su patrón de funcionalidad. El grupo en el que se encuentra nuestro país nos plantea desafíos muy complejos a los que esperamos poder superarlos en algún momento.