¿Donde está el límite?
El diccionario empieza a quedar corto y los calificativos se acaban. Las dantescas escenas del pasado 17 de octubre no pueden -ni deben- quedar impunes. El pisoteo a las piedras en memoria de aquellos que ya no están desnuda un grado de insensibilidad irreparable. Porque una cosa es el debate de las ideas, aún controvertido y rozando el límite del ridículo como se puede observar, en reiteradas ocasiones, en el Congreso de la Nación, pero otra muy diferente es la falta de empatía con aquel que lo perdió todo, con aquel que por culpa de este siniestro coronavirus perdíó a un ser querido.
No se puede hablar siquiera de alguna celebración o de “alegría” disfrazada en el “está muy contento” que la nueva flamante portavoz del Gobierno, Gabriela Cerruti, dijo respecto del acto del 17 de Octubre, en ese día tan insensato como falaz como el día de la lealtad. No puede haber celebración alguna sobre este hecho que genera indignación y bronca por lo que hicieron aquellos que decidieron quitar las fotografías, pisoteando las piedras de aquellos que ya no están ¿Donde está el límite?
Las dantescas escenas del pasado 17 de octubre no pueden -ni deben- quedar impunes. El pisoteo a las piedras en memoria de aquellos que ya no están desnuda un grado de insensibilidad irreparable
Se trata de una auténtica falta de respeto que trasciende -o al menos debería hacerlo- todo tipo de grieta. Desde ya que hubo algunas pocas sensatas voces del Gobierno que manifestaron su repudio al hecho pero habría sido igual de valioso que, compartiendo el mismo acto del día peronista por antonomasia, hubiesen puesto un freno a tamaña miseria humana. El respeto por el prójimo se defiende de las palabras pero también desde los hechos.
Esas piedras pisoteadas fueron dejadas el 16 de agosto en una marcha multitudinaria por familiares de víctimas del covid. Con nombres en cada una de las piedras y acompañadas de sus imágenes, #LaMarchaDeLasPiedras se consolidó como un memorial en homenaje a los muertos por la pandemia en nuestro país. Hay que ser un ser despreciable y miserable para pasar por encima de las mismas para sacar las fotografías, teñido por la más absurda y berreta ideología. Igual de siniestra tiene que ser la mentalidad de aquellas personas que vitoreaban para que los autores del repudiable episodio cumplan con su cometido. En serio ¿donde está el límite? ¿Donde dejamos la falta de empatía y en que momento nos dejó de importar por completo el otro?
El asqueroso episodio no solo demuestra la decadencia intelectual en la que está sumida una gran parte de la sociedad sino que desnuda, una vez más, el desinterés total y la falta de respeto hacia el otro. Ya no solo de aquel que piensa diferente. La profanación de las piedras es una perfecta radiografía de lo que una gran parte de la sociedad piensa: pasar por sobre el otro, aún tocando lo más sagrado que es la familia, sin ningún tipo de tapujo moral ni un mínimo grado de respeto.