La olvidada salud mental

“Deberán someterse al aislamiento social, preventivo y obligatorio”, anunciaba Alberto Fernández, en lo que sería el comienzo de una eterna cuarentena. Las dudas comenzaban a transitar las mentes de todos los argentinos. La vida que alguna vez vivimos quedó transformada en un lejano recuerdo, y en el anhelo de volver a recuperarla. Todos los días que fueron transcurriendo se habló del famoso pico de contagios y la disyuntiva de cuándo llegaría finalmente. Pero hay un “pico” y una problemática de la que poco y nada se acordaron las autoridades del Estado, en el que vivimos todos; las personas con enfermedades mentales. Existen infinidad de trastornos, con lo cual, no podría mencionarlos a todos. 

Desde que comenzó el confinamiento, se pensó en diferentes alternativas de ayuda para las personas que se quedaron sin trabajo o los que vieron afectado su salario. Medida que no es errónea, pero si hay algo que no anotaron en la lista de cuestiones importantes, fue recordar a las personas con enfermedades mentales. En nuestro país 1 de cada 3 personas sufre algún trastorno. Pero fue quizá más fácil no dedicarle tiempo. La frase “enfermedad mental” o “trastorno” hace ruido, genera rechazo o miedo. Quienes lo padecen sufren la constante estigmatización y es tratado de “loco”, discriminado por la sociedad a la que también pertenece. Aunque a veces parece no pertenecer. El hecho de padecer alguna de esas afecciones puede ser muy incapacitante; incluso es parte del ranking de patologías que más discapacidad genera en el mundo. Aún así, fue un terreno que no se recorrió.

En nuestro país, 1 de cada 3 personas sufre algún trastorno

Superados los cien días de encierro, no hubo ninguna medida especializada para dichas personas. Mientras tanto, ellos sostienen lo insostenible, en medio de una pandemia que sigue sembrando dudas y miedos. Vivir con algo así es como transitar la vida sin vivirla, con toda la poca energía que les queda derrochada en soportar la patología de la cual son presos. Vivir así es cómo ser el protagonista a la fuerza de una película de terror, de esas que no se terminan más y que el pochoclo se acaba en los primeros minutos del filme. La situación es cansadora de por sí ¿Te imaginas transitar una pandemia y además con ansiedad, depresión o alguna otra patología? Es un estado que no se puede soportar, y aún así ¿Alguien se acordó de ellos? La respuesta es no, y al parecer seguirá siendo la misma de aquí al fin de la pandemia.

La vida la vemos por la ventana. Vemos que algunos niños salen a airearse a los parques, y algunos ya podían salir a caminar. Se pensó en los niños y en la vida “fit” de los argentinos. La salud mental sigue en el olvido, como siempre lo estuvo. Casualmente en la Ciudad de Buenos Aires se encontraba habilitada una línea telefónica para “asistir” en situaciones de emergencia como cuando una persona quiere quitarse la vida o si su trastorno, cualquiera que sea, está siendo devastador. Lo más triste y vergonzoso es que esa línea es atendida por telefonistas, que poco saben sobre salud mental ¿Es tan poco importante este ámbito como para que sea atendido por telefonistas? No me sorprende, ya que la subestimación es constante.

Los días pasan, y no pasa nada más que los días. El dolor en el pecho aumenta, la angustia se apodera y los síntomas se agudizan, haciendo de la eterna cuarentena una cárcel tortuosa. Puede sonar exagerado, pero no lo es. Convivir con una patología de esa clase es así; un sinfín de días malos, de desesperanza y sin sentido aparente de vida. Con su justificada gravedad, sigue siendo un aspecto en el que nadie se puso a trabajar.

En una de las conferencias post anuncio de extensión de la interminable cuarentena, una periodista le preguntó al presidente si estaba teniendo en cuenta la angustia de la ciudadanía. “Estamos en una pandemia de un virus que mata gente, que no tiene vacuna. Angustioso es que el Estado no te cuide”, contestó molesto el mandatario. Una respuesta poco agradable y empática. Pero si de respuestas desalentadoras hay que hablar, la de “La cuarentena va a durar lo que tenga que durar”, se lleva el primer premio. Eso fue un golpe despiadado a las personas con trastornos de ansiedad. 

Si hay algo que le faltó al jefe de Estado fue tacto y la asistencia de un profesional de la salud mental para poder dirigirse a la población con delicadeza y evitar generar más incertidumbre, que lo único que puede hacer es empeorar la espera de una futura salida a la nueva normalidad. 

¿Cómo se pudo ayudar a esas personas? Consultando con especialistas en el área, informarse bien al respecto y, sobre todo, haciéndole llegar a los argentinos un poco de tranquilidad, que nunca llegó. Hay maneras, pero siempre queda en el olvido un tema como este. En el que las personas sufren mucho todo. Se sufre el doble. 

La asistencia o ayuda nunca llegó y hasta el momento parece no llegar. Todos los días es una nueva batalla contra su propia mente. La incertidumbre tiene un papel protagónico en esta historia. La lucha es doble: contra el virus y contra su mente, que por momentos cobra vida, hace y deshace el bienestar de las personas. Ni hablar si no se trata correctamente y se deja a la deriva, como se lo está dejando. La política argentina ¿Realmente sabe lo que duele no poder levantarse de la cama? ¿Tienen idea de lo que significa sentir que el mundo se termina y que la vida parece perder el sentido? Claramente no lo saben, pero tampoco se pusieron a pensar en aquellos que lo padecen. Nadie puso en práctica ninguna política de cuidado. 

Los días pasan lentamente. Los ojos se llenan de lágrimas y la ansiedad crece. No sabemos a dónde vamos a parar. Cada día es como cualquier otro; quizá uno más triste que el anterior. Ya no está el abrazo de los seres queridos, el beso de ese amor que se sigue haciendo esperar.  La vida en cuarentena se sigue cocinando con los mismos ingredientes: la incertidumbre, el miedo y la fría realidad de un mundo que dejamos atrás y tememos enormemente no volver a vivir. Mientras tanto, el propio Estado dándoles la espalda los condena al incesante sufrimiento con el peso inmensurable su patología, que todo lo vuelve más sombrío y desesperanzador que nunca.

*La autora es periodista