El triste adiós al mito viviente

La noticia todavía sigue shockeando. Él, Diego Maradona, falleció. Él, que eludió la muerte como si fuesen aquellos defensores ingleses en el calor azteca de 1986, murió. Él, el verdadero mito viviente de los argentinos, ya no existe fisicamente pero sí en los corazones de muchísimas personas y, sobre todo, en todos aquellos que amamos ese hermoso deporte que es el fútbol. Él ya no está entre nosotros pero su mito, ese que él conoció en carne propia en estos últimos tiempos, está más vivo que nunca.

Sobran los adjetivos para calificarlo dentro del campo pero quizás este concepto del brillante Santiago Kovadloff lo pueda llegar a dibujar de cuerpo entero: “Maradona fue un jugador de futbol notable, artista de ese deporte, ahora su genialidad se redujo a esa inmensidad. En otros ordenes, fue pequeño, mezquino, esquemático, incapaz de reflexionar con libertad, con esa libertad que se desenvolvía en un campo de fútbol”. Su genialidad contrastaba con su personaje fuera del campo

Su nombre emana fútbol por donde se lo mire. El fútbol no sería fútbol sin la existencia de ese genio único. No sólo fue el gran capitán y líder en esa épica cita mundialista de 1986 sino que llevó al, hasta entonces, casi ignoto Napoli a terrenos insospechados, codo a codo con los grandes equipos europeos. El más grande de todos los jugadores que vistieron la celeste y blanca, Diego fue el emblema del seleccionado durante los 80 y 90, en donde todavía nos duele ver el robo alemán de los 90 o la tiranía de ese control antidoping en el 94. “En el don celestial de tratar muy bien al balón es un guerrero” decía Andrés Calamaro en una de las tantas canciones en homenaje al eterno Diego. 

el fútbol no sería fútbol sin la existencia de este genio único. su leyenda lo convirtió en un mito viviente al que cualquier homenaje parece quedarle chico.

La trascendencia de Maradona es tal que distorsiona los puntos de referencia de valores y hasta nos interpela en diversos ámbitos. Es difícil explicarlo desde el plano de la racionalidad. Su partida llenó de contradicciones al feminismo y hasta incomodó a quienes defienden ideologías más conservadoras. Su simpatía con el kirchnerismo en el plano nacional y con Fidel Castro, Hugo Chávez, Evo Morales y Nicolás Maduro en el internacional también ha sido una perturbación para quienes no disocian el talento de un eximio futbolista con su personalidad. Es que separar a ambos es absurdo porque “El Diego es El Diego por todo lo que hace como El Diego”, como sostiene un amigo mío.

En algún momento deberemos analizar el porqué el argentino idealiza o condena a sus grandes personalidades. Indudablemente habrá motivos de sobra pero no deja de sorprender como tomamos esa postura tan radicalizada sobre nuestros grandes emblemas, tanto deportivos como de la vida política, social, cultural, etc. En ese sentido, el propio Kovadloff afirmó en el programa de Diego Leuco, hace unos días, que “nos cuesta aceptar que una personalidad pueda ser genial en lo suyo y hasta mediocre en otros aspectos de la vida que ponen en evidencia la inconsistencia”.

Más propio de los tiempos que corren que otra cosa, su velorio tuvo un desenlace previsible pero ridículo. Con las mezquindades políticas propias del partido que nos gobierna, lo que era una celebración y tributo al gran 10, terminó en una escandalosa seria de eventos, desde la no responsabilidad del Gobierno en cuanto la operativo de seguridad hasta la “culpabilidad” de todo lo ocurrido al Gobierno de la Ciudad y a la propia familia. También, deberemos examinar respecto de esta actitud ponciopilatesca del gobierno nacional pero indudablemente habrá que profundizar sobre cómo este virus nos ha llevado a un grado de deshumanización impensado.

Al hombre al que se le ha pedido siempre más de la cuenta e incluso fue expuesto innecesariamente en uno de los primeros partidos de la Liga Profesional de Fútbol porque “el show debe continuar”, no lo han dejado en paz ni siquiera luego de haber fallecido. “El Diego es de todos” repiten simpatizantes a lo largo y ancho de nuestro país, pero ese “de todos” no implica las dantescas imagenes de la semana pasada ni la falta de respeto al duelo familiar. En definitiva, nos ha dejado el más grande futbolista de todos los tiempos luego de cumplir 60 años. Demasiado joven para partir, su leyenda lo transformó en un mito viviente al que cualquier homenaje parece quedarle chico. Adiós Diego, ojalá que ahora realmente puedas descansar en paz.

La sonrisa y la 10 en el humilde homenaje de El Observador en sus redes sociales