El shock económico de la interna política

La realidad argentina se sitúa en un nivel más elevado de complejidad e incertidumbre. Luego del shock sistémico COVID-19 del año pasado y que aún no está resuelto, un mayor desequilibrio macroeconómico, políticas económicas que no lograron los resultados esperados y un desempeño electoral no esperado por parte de la administración de gobierno actual del último domingo; se suman las fuertes tensiones dentro del espacio político del oficialismo que no parecen tener un límite concreto y se observan como una posición intransigencia sustancialmente peligrosa para la reactivación económica y sobre el panorama social. Esto no solo que no es neutral para la economía, sino que efectivamente expone un panorama de mayor dificultad para la política económica, al menos en el corto plazo.  

En efecto, los factores que han iniciado un nuevo ciclo de incertidumbre en la economía interna se gestan gratuitamente dentro de nuestro país, precisamente desde el espacio político oficialista. En este escenario, se desprende la existencia de un set de factores de incertidumbre que está en el horizonte nuestro de cada día y que sea hace cada vez más difícil eludir, principalmente para la política económica y su objetivo de estabilización.

los factores que han iniciado un nuevo ciclo de incertidumbre en la economía interna se gestan gratuitamente dentro de nuestro país, precisamente desde el espacio político oficialista

El impulso principal del shock interno se deriva de la mayor incertidumbre de mercado consecuente de la disputa política. Un panorama más incierto está asociado indefectiblemente con un factor de complejidad para una economía de enorme deterioro esencialmente a través de dos canales. Por un lado, las expectativas de los agentes económicos (empresariado y trabajadores) se reconfiguran hacia una fase donde las decisiones económicas se modifican o se postergan, efectivamente hacia un punto de menor demanda y producción. Un menor nivel de demanda y producción generan una economía con menor capacidad productiva, ampliando las restricciones sobre el crecimiento económico.  Esto se intensifica para la variable inversión, fundamental para  una mayor producción y creación de empleo. A su vez, un nivel menor de actividad económica y empleo, implica un posterior deterioro social debido a una mayor pobreza, indigencia y distribución del ingreso. Este escenario se sitúa en un espacio de un nivel de inflación mensual relativamente alto, es decir, una dinámica favorable para la continuación del proceso de estanflación, en simultáneo recesión e inflación. 

Por otro lado, un nuevo impulso sobre la incertidumbre plantea efectos con sesgo contractivo en el sector financiero, principalmente a través de los flujos de inversión y la generación de crédito lo cual se amplifica en una economía con condiciones de fragilidad y acceso restrictivo al sistema financiero internacional. Uno de las consecuencias potenciales se relaciona con la interrupción de futuros influjos financieros externos, ya sea inversión en el mercado financiero o inversión real, y de las decisiones de inversión interna. En la perspectiva de los inversores externos e internos, la incertidumbre derivada de las tensiones e intransigencia política frente a un panorama de fragilidad y crisis económica, se traduce en suspensión de decisiones de inversión afectando el nivel de empleo. En rigor, una caída de la inversión real y/o menores posibilidades de fondeo de empresas para administrar pasivos o financiar nuevos proyectos productivos, ineludiblemente se traduce en menor capacidad de generación de empleo y, en definitiva, una nueva restricción para el inicio de la recuperación económica.

Como al inicio del brillante libro de Mario Vargas Llosa, Conversación en la catedral (1973) , voy a tomar la  pregunta que se hace uno de los personajes principales, Santiago, con una pequeña modificación: ¿En qué momento se ha jodido la Argentina? La pregunta puede ser dramática pero encierra en sí misma la presencia del factor tiempo y de otros factores que disparan el deseo de ensayar una respuesta la cual se relacionado ineludiblemente con la intransigencia de la política y el sostenimiento de un proceso de deterioro social y económico continúo, al menos desde el año 2011.

Finalmente, insistimos nuevamente en que en ausencia de acuerdos y cohesión en relación a los objetivos de política económica, arribar a una fase de estabilización económica y generar un proceso virtuoso de reactivación de la actividad, mayor inversión y menor inflación, será una misión casi imposible para los hacedores de política. Por el contrario, lo que observamos es mayor descoordinación, incertidumbre, y consecuentes desequilibrios macroeconómicos, impulsados una vez más desde la intransigencia y lucha de poder político.