Desnudando el (i)lógico comportamiento frente a las fake news

“No sé si será cierto pero te los reenvío por las dudas” ¿Cuantas veces habremos leído esta frase o alguna similar en algún grupo de whatsapp en estas últimas semanas? El eterno aislamiento social, preventivo y obligatorio en el que estamos inmersos nos ha sometido de manera definitiva a un período de esclavitud con nuestros teléfonos celulares, aumentando de manera exponencial el que ya veníamos teniendo. Audios de más de un minuto (tediosos hace tan solo cuatro meses) hoy son moneda corriente y las videollamadas se han transformado en un nuevo modus operandi para establecer reuniones en cualquier momento del día.

En esa frase de incertidumbre y “reenvío por las dudas” se cumple la profecía de las fake news y así, la información no verídica, circula por las amplias autopistas del mundillo digital. En el perezoso acervo colectivo, descansamos en la teoría que son bots y trolls (y otros conceptos que desconocemos pero los asimilamos como propios) quienes potencian el discurso desinformativo y que nuestro grado de responsabilidad es menor, en concepto de propagación de esta clase de contenido. De este modo interpretamos un rol que se presume secundario mientras, desde la acción u omisión, seguimos alimentando la vitalidad de las fake news. En ese sentido, debemos ser conscientes y analizar la precisión del contenido que recibimos y ser sumamente cuidadosos a la hora del reenvío del mismo. 

Son varios los estudios que analizan el porqué los individuos compartimos las fake news pero existen dos fundamentos que son cardinales y nos interpelan como consumidores del ecosistema informativo en su totalidad. Por un lado está la alusión a la comodidad que sentimos cuando recibimos informaciones que van en sintonía con nuestras creencias previas y prejuicios ideológicos. De este modo, tomamos una actitud más pasiva a la hora de divulgar ideas e informaciones con las cuales nos sentimos más “cómodos”. Por otra parte está la reiteración, es decir, esa tendencia a asumir como verídica aquella información que uno ve compartida repetitivamente desde diferentes páginas o perfiles en las redes. De este modo, el accionar de los famosos algoritmos -que bien vale la aclaración, son digitados por cada plataforma- son esenciales para combatir genuinamente esta otra pandemia. Gobiernos o empresas: esa es la cuestión que nos reinserta nuevamente en la controvertida discusión sobre quién es verdaderamente el que ejerce un control sobre la información.  

Comodidad con la información que va en sintonía con nuestros prejuicios y la constante repetición de noticias son dos fundamentos cardinales que nos deben interpelar como consumidores de medios

Esa sinergia de empatía y reiteración constante es indispensable para que las fake news encuentren un clima confortable para poder reproducirse con facilidad. Al igual que ocurre con el coronavirus en donde la estrategia más efectiva es el aislamiento y/o distanciamiento -sin abandonar las cuestiones sociales, económicas y políticas-, frente a las fake news el mejor medicamento es el compromiso de todos con la veracidad informativa, esquivando nuestra propia parsimonia intelectual hacia aquellos contenidos amigables y agudizando el sentido frente a ese repetido bombardeo periodístico. Si no asumimos nuestra responsabilidad a la hora de la transmisión de la información, nunca se podrá siquiera empezar a detener la desinformación, que trasciende las barreras de la ideología política y que causa daños severos en materia de malestar y confusión.

Desde el fact-checking hasta la inteligencia artificial, pasando por capacitaciones e investigaciones, las iniciativas para combatir las fake news empezaron a instalarse en la agenda en los últimos meses pero debemos continuar poniendo el foco en las plataformas y en nuestra propia responsabilidad. Las primeras ya han atravesado sus procesos de autocrítica, aunque en algunos casos prefirieron hacer la vista gorda. En esto es menester señalar que, bajo ningún punto de vista, la “intervención” sobre el contenido debe ser alterado dado que sino estaríamos atentando contra la esencia del derecho a la libertad de expresión. Respecto a la responsabilidad ciudadana, el enfrentamiento a la desinformación demandará de un mayor compromiso de todos con relación a la información que nos llega, desde el básico chequeo de la fuente hasta la identificación de la información para que ésta sea verídica y/o precisa. Si logramos quebrar esa (i)lógico comportamiento, habremos dado un paso extremadamente valioso en la contienda contra la desinformación.