Coloquio del grito
“Todos los que no tienen nada que decir, hablan a los gritos” solía decir el dramaturgo español Enrique Jordiel Poncela, a quien muchos definieron como el Dickens español, en la primera mitad del Siglo XX. En plena Guerra Civil Española, Jordiel Poncela tuvo sus idas y vueltas con nuestro país, sin demasiado éxito en lo que hace a habituarse a estas tierras, pero nos dejó esa frase que hoy pareciera estar en sintonía con algunos sucesos del presente.
Lejos de las tierras de Jordiel Poncela, los hechos se dieron hace algunos días en un acto en La Matanza, tierra fetiche del kirchnerismo, a la hora de realizar anuncios. En pleno evento, el presidente Alberto Fernández pegó un golpe en la mesa y empezó a levantar el tono de su discurso hasta alcanzar el máximo no recomendable volumen del grito. “Piensan que me van a hacer caer por un error que cometí” dijo el primer mandatario en su alocución, ante una audiencia plagada de funcionarios y feligreses de la municipalidad que sigue gobernando Fernando Espinoza. “Son unos hipócritas” continuó envalentonado por el aplauso, aludiendo a aquellos que se indignaron por el cumpleaños de su mujer Fabiola Yañez, que se llevó a cabo en julio de 2020, cuando Argentina todavía permanecía con un estricto confinamiento producto de las restricciones del aislamiento social, preventivo y obligatorio, que había decretado el propio Fernández.
Su curiosa defensa a su mujer, Fabiola Yañez, tuvo en el grito un paradójico modo que atenta contra todos los manuales de la comunicación pública y política. En ese ámbito, el grito no parece ser un gran aliado porque desnuda la pérdida de la autoridad y denota la búsqueda de generar atención “cueste lo que cueste”, utilizando un recurso sencillo y que no reviste de mucha preparación. La propia Guía para una Comunicación Política Exitosa, escrita por la Organización de Consultores Políticos Latinoamericanos devela otra faceta que describe a la perfección lo que significa el grito en materia de comunicación política: “Cuando se poseen pocos recursos, jamás debe parecerse soberbio, gritando a los cuatro vientos”. Esta vez, el Presidente pareció hacer caso omiso a esa recomendación dejando en claro la endeblez de su defensa y una poca estratégica postura frente a los micrófonos. Y la sociedad así se lo hizo saber con un repudio casi generalizado, incluso de algunos integrantes del propio Gobierno provincial.
La curiosa defensa del Presidente tuvo en el grito un paradójico modo que atenta contra todos los manuales de la comunicación pública y política
Los gritos fueron utilizados a lo largo de la historia como señales de alarma en contextos generalmente negativos, aunque también sí existe su uso en momentos de mayor algarabía y júbilo. Si bien nuestros ancestros utilizaban los gritos para señalar el peligro, el grito siempre estuvo muy emparentado a un sentimiento de medio y agresión, sin embargo también se lo vincula a la desesperación y euforia, quizás dos aspectos que parecieran cuadrar a la perfección en el grito presidencial.
Pero más interesante aún, por lo inusual del vínculo y también por la precisión de sus palabras, pareciera ser un aspecto que señala el ambientalista Hector Rodríguez en su reciente artículo titulado “Comunicarse a los gritos, una paradoja muy humana” en el sitio de National Geographic: “Si bien dicen que la cara es el espejo del alma, el grito es, quizá, el intento de esta por escapar a cualquier otro lugar”. Si bien nadie duda que Fernández haya soñado con ocupar la silla presidencial, la frase se ajusta a la actualidad y la realidad que vive el presidente, quien ha cometido demasiados errores no forzados y quien todavía no ha encontrado una fórmula efectiva para poder reducir el impacto de la pandemia, tanto en lo económico como en lo sanitario. Esa absurda rencilla que se quiso instalar de salud vs economía, un partido inusual en donde no hay vencedores sino todo lo contrario, ambos están perdiendo por goleada.