2020. Bitácora de un año absurdo
El 19 de marzo pasado, el gobierno de Alberto Fernández decretó el aislamiento social, preventivo y obligatorio, una nomenclatura precisa que aún hoy no ha logrado erradicar al concepto de cuarentena en casi todos los medios de comunicación. Inicialmente, las medidas sanitarias del aislamiento tuvieron una recepción aceptable en la sociedad. Incluso más, por aquellos lejanos días, hasta se vieron varias fotografías de políticos de diferentes espacios compartiendo lugares, poniendo la pandemia por sobre los mezquinos intereses.
Precios máximos para alimentos de la canasta básica, ingreso familiar de emergencia, suspensión temporaria del corte de servicios por falta de pago, cierre de fronteras y pago extraordinario al personal sanitario (aunque éste no alcance) fueron algunas medidas acertadas que tuvo el gobierno, en materia de cuidado de la población. Pero entre medio de esas decisiones, en 2020 ocurrieron cosas que develan que Argentina es un país singular, impredecible, inviable y profundamente insidioso. Es que, desde que se estableció el aislamiento han sucedido una serie de sucesos sociales, políticos, económicos y culturales que deterioran nuestra imagen frente al mundo. Repasemos tan solo alguna de ellas para recordar ese año tan olvidable que fue 2020.
Argentina es un país absurdo en el cual a comienzos de marzo pasado, el ministro de Salud de la Nación hizo la usual canchereada de minimizar el impacto que podría tener el coronavirus en nuestro país. Sí, el mismo “gran ministro” como lo definió la TV Pública en su fanpage de Facebook, deteriorando todo tipo de reputación al canal estatal y su comunicación digital. Hablando de la tv pública que tuvo una brillante iniciativa con programación para educar a los niños en edad escolar, aunque con algunos errores impropios de la labor educativa como la “docente” que hablaba del queso rayado (y no rallado). Luego, en una serie de eventos desafortunados, los talibanes oficialistas de turno comenzaron a realizar una irresponsable distinción de clases respecto del covid, como un virus de “chetos”, como indicó el ministro de Seguridad de Santa Fé. Entre tanto y tanto, volvía la inexorable culpabilidad al pasado reciente del oficialismo, casi olvidando que fueron muchos de los que hoy gobiernan los que sumieron a la Argentina en la crisis que hace tiempo venimos padeciendo. El jefe de gabinete bonaerense criticando a María Eugenia Vidal, Estela de Carlotto avivando el fuego contra el gobierno anterior con su “con ese gobierno no se cuantos hubiésemos muerto” y otros tantos más que siguieron su línea. Todo tan mezquino que asusta.
Vivimos en un país en donde se vuelve ordinario lo extraordinario y donde lo ridículo es moneda corriente. Eso paso en este 2020.
Sobreprecios por aquí y por allí, algunos en la compra de fideos, otros en la compra de alcohol en gel y otros tantos más pillos en la compra de medicamentos. Poco tiempo después, en una pésima decisión, el Gobierno envió a los jubilados a cobrar todos el mismo día y a la basura todo el esfuerzo realizado por tantos argentinos. La negligencia del gobierno y de quienes ocupan las altas esferas en el Banco Central dilapidaron todo el sacrificio de muchos argentinos que respetaron el aislamiento con una medida absurda que fue ideal para la propagación del virus en la población mas vulnerable.
Entre medio de todo este sainete, la ministra de Seguridad habló de “ciberpatrullaje” con una inusitada serenidad. Solo argumentó que fue para “analizar el humor social” sin dejar en claro la metodología aplicada o una mínima declaración de intenciones clara y reglamentada. Ni hablar de lo que esto implica para la libertad de expresión y la autocensura. Libertad de expresión que también fue embestida por el oficialismo en casos puntuales como la agresión tuitera del presidente al periodista Jonatan Viale o el revelador insulto que le propinó el Intendente de Pehuajó al periodista Eduardo Feinmann. Y pensar que Manuelita vivía en Pehuajó, ahora entendemos porque “un día se marchó”.
En el repaso informativo uno da cuenta de cosas que pasaron el año pasado pero pareciera que sucedieron hace más tiempo. La vorágine y locura en la que estamos inmersos nos vuelve habitual lo absurdo. Porque en el mismo repaso dejamos de lado tantas y tantas boludeces como una payasa anunciando muertes en una conferencia del ministerio de Salud, un joven dando clases de lenguaje inclusivo en esas mismas conferencias, cuando lo que se espera es información seria, veraz y responsable y no ese tipo de cuestiones. También fuimos testigos de un ridículo observatorio del Estado para combatir la desinformación, una de las grandes problemáticas del año. Como si fuera poco, le pusieron Nodio.
Como si fuera un resumen anual, el repaso de idioteces de estas líneas se queda corto. Todo esto y más pasó en un año absurdo y olvidaba en donde una pandemia sacudió los cimientos de todos, ya sean capitalistas y comunistas, republicanos y demócratas, zurdos y derechos, kirchneristas y macristas. El problema es que todo ocurrió el mismo año en el que el Gobierno culpó a la gente y a los jóvenes y no se hizo cargo de una infinidad de errores no forzados (como el funeral de Maradona y proponer que se vote la ley de interrupción voluntaria del embarazo, sabiendo lo que esto conlleva en materia de conglomeración social, por solo citar dos ejemplos). Un año donde, por acción u omisión del gobierno, fuimos testigos de más de 100.000 locales cerrados, en el que más de un millón de alumnos se quedaron sin clases, donde el dólar conoció techos insospechados, donde existieron desaparecidos en democracia y en el que más de 43.000 argentinos fallecieron por culpa de este virus que hizo de 2020 un año completamente olvidable.