Libertad de prensa y responsabilidad
Como parte de las llamadas rutinas productivas, los medios de información periodística no sólo recolectan y seleccionan de la realidad lo que darán a conocer, también resuelven el modo en que lo harán. Es decir, establecen el qué y el cómo, lo cual no es un hecho menor. Se trata, nada más y nada menos que de escoger las palabras para describir el escenario social y su contexto, es la manera en la que los medios construyen ─o reconstruyen para sus audiencias─ la realidad.
En ese proceso de selección de palabras es donde entran en juego muchos factores, como la línea editorial del medio, intereses, negociados previos y una maraña de decisiones que nada tienen que ver con el maravilloso oficio periodístico pero que le afecta y también incide en el público (de lo contrario esos negociados y esas decisiones no serían tan importantes).
Pero yendo al fino hilado de la selección de las palabras para –en el caso de la prensa- describir la realidad, es donde sale a la luz la subjetividad de quien habla o escribe, porque al fin y al cabo los periodistas son sujetos que al momento de narrar un hecho noticioso traen consigo una historia, vivencias y emociones que indefectiblemente quedan como huellas en su discurso.
El peso de las palabras
Más allá de la tarea de la prensa, algunos más, otros menos, todos usamos las palabras de algún modo. Las soltamos al aire, impregnadas con el tinte de nuestra voz; las tipeamos, las manuscribimos; las escuchamos y las leemos, las incorporamos o las ignoramos. Algunas se nos quedan marcadas a fuego y a otras las olvidamos en un santiamén. En noviembre de 2004, durante una visita a Rosario, el escritor portugués José Saramago, dijo que “las palabras no son ni inocentes ni impunes, por eso hay que tener muchísimo cuidado con ellas, porque si no las respetamos, no nos respetamos a nosotros mismos”. En el colmado salón de la Escuela Normal Nº 2 Juan María Gutiérrez, de esa ciudad santafesina, donde presidió la entrega de premios a los ganadores del Certamen Nacional de Escritura 2004, Saramago enfatizó: “Las palabras no son una cosa inerte, de la que se pueda disponer como a uno le venga en gana. Hay que decirlas y pensarlas de forma consciente. No hay que dejar que salgan de la boca sin que antes suban a la mente y se reconozcan como algo que no sólo sirve para comunicar”.
todos usamos las palabras. Las soltamos al aire, impregnadas con el tinte de nuestra voz; las tipeamos, las manuscribimos; las escuchamos y las leemos, las incorporamos o las ignoramos. ALGUNAS SE NOS QUEDAN MARCADAS A FUEGO Y A OTRAS LAS OLVIDAMOS.
Son armas poderosísimas, (“Quien tiene el discurso tiene la espada”, decía Platón), capaces de crear lo bello y lo atroz. Por dar uno de tantos ejemplos posibles de su poder, cuando una madre felicita a su pequeño hijo por un dibujo que realizó, lo estimula; si por el contrario le dice que el trabajo es feo, es poco factible que la criatura llegue, en su adultez, a exponer en una galería de arte.
Es a través de las palabras que el líder persuade, el publicista vende, la curandera sana, el juez condena, el maestro educa, el sacerdote absuelve y consagra… Con palabras se escribe la historia, se legisla, se declaran guerras y matrimonios; con palabras definimos al mundo, al otro y a nosotros mismos. Pero para elegirlas es necesario antes disponer de ellas, conocerlas.
El entrerriano Pedro Luis Barcia, quien ha sido presidente de la Academia Argentina de Letras, sostiene que “el hombre piensa con palabras; si tiene pocas palabras, piensa menos”. Esto me recuerda la frase de Ludwig Wittgenstein: “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”. Muestra cabal de un exquisito uso de las palabras, y a la vez de un reconocimiento al poder que reside en ellas, es el siguiente texto del poeta chileno Pablo Neruda:
“Todo lo que usted quiera, sí señor, pero son las palabras las que cantan, las que suben y bajan… Me prosterno ante ellas… Las amo, las adhiero, las persigo, las muerdo, las derrito… Amo tanto las palabras… Las inesperadas… Las que glotonamente se esperan, se escuchan, hasta que de pronto caen… Vocablos amados… Brillan como piedras de colores, saltan como platinados peces, son espuma, hilo, metal, rocío… Persigo algunas palabras… Son tan hermosas que las quiero poner todas en mi poema… Las agarro al vuelo, cuando van zumbando, y las atrapo, las limpio, las pelo, me preparo frente al plato, las siento cristalinas, vibrantes, ebúrneas, vegetales, aceitosas, como frutas, como algas, como ágatas, como aceitunas… Y entonces las revuelvo, las agito, me las bebo, me las zampo, las trituro, las emperejilo, las liberto… Las dejo como estalactitas en mi poema, como pedacitos de madera bruñida, como carbón, como restos de naufragio, regalos de la ola… Todo está en la palabra… Una idea entera se cambia porque una palabra se trasladó de sitio, o porque otra se sentó como una reinita adentro de una frase que no la esperaba y que le obedeció… Tienen sombra, transparencia, peso, plumas, pelos, tienen de todo lo que se les fue agregando de tanto rodar por el río, de tanto transmigrar de patria, de tanto ser raíces… Son antiquísimas y recientísimas… Viven en el féretro escondido y en la flor apenas comenzada… Qué buen idioma el mío, qué buena lengua heredamos de los conquistadores torvos… Estos andaban a zancadas por las tremendas cordilleras, por las Américas en crespadas, buscando patatas, butifarras, frijolitos, tabaco negro, oro, maíz, huevos fritos, con aquel apetito voraz que nunca más se ha visto en el mundo… Todo se lo tragaban, con religiones, pirámides, tribus, idolatrías iguales a las que ellos traían en sus grandes bolsas… Por donde pasaban quedaba arrasa da la tierra… Pero a los bárbaros se les caían de las botas, de las barbas, de los yelmos, de las herraduras, como piedrecitas, las palabras luminosas que se quedaron aquí resplandecientes… el idioma. Salimos perdiendo… Salimos ganando… Se llevaron el oro y nos dejaron el oro… Se lo llevaron todo y nos dejaron todo… Nos dejaron las palabras”.
*La autora es Lic. en Comunicación, corresponsal en Nueve Litoral y Directora de Infoner