Apuntes sobre lenguaje inclusivo
Vivimos tiempos enrevesados, tiempos en donde todo parece estar sujeto a una revisión, a un análisis más profundo. Ocurre en el día a día político, económico y social pero también ocurre en cuestiones que parecían ser inmaculadas, como el lenguaje. En estos días extraños la lengua está siendo sometida a un análisis más arraigado en la ruptura de lo clásico y en una mutación disruptiva acorde a los tiempos que corren. Bienvenido entonces este tiempo de fiscalización de lo pasado, pero eso sí, siempre que se haga desde un marco de sentido común y cordura. El cambio por el cambio mismo muchas veces corre un destino equívoco.
En este mundo pandémico, la tecnología alteró el mundo de las comunicaciones y el futuro que parecía distante se aproximó con vehemencia. Es un mundo de reuniones por WhatsApp, Zoom y demás, donde influencers, twitstars y youtubers son los dueños de la agenda, incluso relegando a los medios tradicionales de comunicación a un segundo plano. Hay quienes sostienen que ese cambio sociocultural también debe tener su correlato e impacto en el mundo del discurso. Todo ello, sumado a la rebeldía en la forma de comunicación actual deja un margen de espacio para que también sea el lenguaje el que pase por el banquillo de los acusados.
Pero en el sendero del análisis más preciso, la Real Academia Española se expidió en varias ocasiones juzgando innecesario el uso de la controvertida letra “e” en vez de la “o” para incluir a hombres y mujeres en plurales. “No se debe confundir gramática con machismo” había dicho hace dos años el entonces director de la prestigiosa institución que vela por el cuidado de la lengua. “El uso de la letra ‘e’ como supuesta marca de género inclusivo es ajeno a la morfología del español, además de innecesario” se pronunció la RAE en diciembre del 2020. Sin embargo, muchos insisten con su uso, en algunos casos hasta rozando lo gramaticalmente ridículo, como el presidente Fernández y sus “sujetas”, aludiendo al femenino de sujeto, en su discurso de apertura de sesiones en el Congreso de la Nación. Sujetas para hablar de sujetos femeninos es una aberración lingüística, aunque sí existe el “sujetas” cuando se lo aplica como adjetivo.
La única cualidad que puede resultar de interés por parte del uso del lenguaje inclusivo es que sortea las grietas políticas dado que tanto el Poder Ejecutivo Nacional como el Ministerio de Cultura de la Ciudad de Buenos Aires utilizan esta moda lingüística. “Todes”, “diputades” y varios términos más de esa índole que se asimilan más al catalán que al castellano y que, pese a las recomendaciones de la RAE, todavía se siguen utilizando en ciertos organismos públicos del país. El uso de la “e” para sustituir la “o” del masculino neutro carece de sustento y criterio técnico debido a la caprichosa arbitrariedad de un grupo de terminado. En casi todas las palabras, el género se lo da el artículo que antecede. Por eso decimos “la gerente” o “el gerente”. Algo similar a lo que ocurre con la utilización de @ o x para “neutralizar” las palabras. Como decía el inolvidable Chavo del 8, quizás “sin querer queriendo”, con el uso de estos caracteres estamos colocando una barrera para la lectoescritura, dado que ninguno de los dos tienen realización fonética.
“Todes”, “diputades” y varios términos más de esa índole que se asimilan más al catalán que al castellano y que, pese a las recomendaciones de la RAE, todavía se siguen utilizando en ciertos organismos públicos del país.
“Lo importante es que se hable y no importa si es para bien o para mal” afirman algunas personas que bendicen esta nueva ruptura de la gramática y la ortografía en un razonamiento que carece de todo sustento como para efectivizar una compleja y ardua modificación del lenguaje. En un análisis de mayor profundidad, otros argumentan que el trasfondo de la cuestión se ve impulsada por la búsqueda de igualdad social. No obstante, no es necesario luchar por dicha igualdad alterando el significado de las palabras o modificando las estructuras lingüísticas que, aún en pleno Siglo XXI, todavía acarrea muchas complejidades en el aprendizaje educativo. No parece propicio agregarle más dificultades a un idioma que ya las trae intrínsecamente. Si lo que prevalece es el interés por la igualdad, debemos comprender que este se trabaja desde otros ámbitos como el diálogo social y el debate político, no en la imposición de una alteración lingüística. En esa antinomia parece encontrarse una malintencionada necesidad de conseguir que las palabras no signifiquen lo que significan para caer en un lenguaje que discrimina. En definitiva, lo que discrimina no es el lenguaje sino las personas.
El lenguaje inclusivo parte de premisas erróneas. Incluso más, en comparación con otros idiomas universales, el género no tiene distinción, lo cual no quiere decir mayor o menor compromiso por la igualdad. Esto ocurre por ejemplo en el inglés, donde no se distingue el género en la mayoría de sus sustantivos y tampoco pareciera haber una distinción alguna de género para adjetivos y artículos. De todos modos, si vale señalar que el uso del lenguaje inclusivo ha visibilizado un reclamo justo de una manera artística. Todo ello, pese a que en un nivel morfológico sea absurdo y, en un nivel conceptual, pueda llegar a ser interesante como fenómeno social pero con un riesgo latente de desprestigiar el sentido de la lengua española, alterando las palabras y modificando sus sentidos.
El problema también reside en los fanáticos defensores de este nuevo lenguaje quienes, en su mayoría, no discuten las ideas sino que imponen la descalificación o el prejuicio sobre aquel que no utiliza o no acepta este nuevo paradigma. El lenguaje inclusivo surge desde una noble intención de defensa de valores esenciales en las sociedades contemporáneas. La riqueza propia del lenguaje permite que dichos valores sean expresados en sus propios términos. No hay que escudarse en la renovación morfológica para promover valores igualitarios. La promoción de esos valores requiere cambios en el pensamiento, los cuales, indudablemente, son mucho más complejos y vastos que un mal llamado revolucionario cambio en la morfología nominal.
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