¿De qué hablamos cuando hablamos de unidad?
“Vengo a convocar a la unidad de todos los argentinos” afirmó el presidente Alberto Fernández, en aquella mañana del 10 de diciembre de 2019, cuando emitió su discurso de asunción, durante una hora y media, en el Congreso de la Nación. Con el objetivo de poner fin a la crispante grieta entre los argentinos, sus palabras despertaron el optimismo de muchos. Pero para integrantes de su propio frente político, sus palabras parece que iban a tener fecha de vencimiento, más temprano que tarde.
En los últimos días, a mediados del mes de Mayo, el ministro de salud bonaerense, Daniel Gollán, alimentó los rumores de una fractura entre dicho gobierno y el de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, con un desacertado tweet que dejaba en claro que la Ciudad era, en su opinión, el mayor foco de irradiación del covid-19. Publicación que tiempo más tarde corrigió, luego de recibir seguramente algún tirón de orejas de sus superiores.
A principios del mes de junio, el gobernador de la provincia de La Pampa, Sergio Ziliotto, dinamitó la convivencia con la limítrofe provincia de Buenos Aires, al sentenciar: “A la Argentina le sobran muchos porteños”, haciendo uso de un discurso que coquetea con el peor fascismo del Siglo XX. Otra vez el foco puesto en la ciudad capitalina que, bien vale la aclaración, tiene una bandera política diferente a la de la nación y gran parte del país. Este episodio devela una linda ironía, dado que fue el mismo Ziliotto quien, días después de su exabrupto para con los porteños, se llenó la boca de nacionalismo y le agradeció al presidente Fernández, “por la política, la institucionalidad y el federalismo”.
Por estos días, la nota la dio el jefe de gabinete, Santiago Cafiero, con un desafortunado dicho cuando se calzó el traje de Michel de Notre-Dame (más conocido como Nostradamus) y dijo que “con Macri esta pandemia había sido un desastre”. En ese constante ejercicio de los más radicales (no en el sentido político del término) oficialistas, volvió a dirigir sus cañones al pasado, eximiendo de responsabilidad al Gobierno que lleva más de seis meses al mando. Quizás el jefe de gabinete -que todavía no se presentó a dar los informes al Congreso de la Nación- desconozca las más de 61.000 empresas que están evaluando seriamente cerrar, según informa la Fundación Observatorio Pyme. O quizás, más focalizado en el pasado que en el futuro, desconozca los poco auspiciosos pronósticos de diferentes consultoras, como puede ser el caso de Invecq, que auguran un horizonte lapidario en materia económica, “dado que ya venía siendo castigada y no cuenta con programas sostenibles para preservar la capacidad productiva”.
Es sabido de las grietas internas que conviven en el gobierno. Es impensado que en el heterogéneo frente electoral -y más aún con los antecedentes del peronismo- que se construyó para las elecciones de 2019, no existan posturas disimiles internas y hasta enfrentamientos más sangrientos (hablo desde la palabra y retórica, no desde los hechos). Como suelo recalcar, algo que avala la historia política reciente de nuestro país, “el fuego amigo hace mucho más daño que el enemigo”.
Estos comentarios unilaterales de integrantes de diferentes jurisdicciones del Gobierno no hacen más que erosionar la imagen del presidente, que debe tener su cabeza puesta en cómo administrar la cuarentena, tanto desde lo sanitario como lo económico, social, político, etc. y no andar corrigiendo los improperios de algunos de sus compañeros de frente. Aunque, y eso asusta más, muchas veces no lo haga, uno tiende a creer que eso es porque esta ocupado en la gestión y no porque avala algunos de esos dichos.