La muerte en tiempos de odio digital
Un empresario imputado en la causa de los cuadernos proclama “Conmigo no pudo”, acompañando el tuit de una fotografía del fallecido magistrado. El líder del movimiento Quebracho manifestó en la misma red social un cínico “que lindo día!!!” dos horas después de conocida la noticia. Posteriormente, frente a las cámaras del medio oficialista por antonomasia, el abogado de la Vicepresidenta, sentenció un repudiable “la muerte le sienta bien”. No había pasado ni medio día del fallecimiento del juez Claudio Bonadío y ya habían varios simpatizantes del Gobierno que cumplieron a la perfección el plan de ensuciar la imagen del magistrado que encabezó las investigaciones más severas contra el kirchnerismo en materia de obra pública, la tragedia de Once y la más cercana causa de los Cuadernos, entre otras.
“Justicia Divina” primero y #JusticiaDivina después fueron tendencias en las redes sociales durante gran parte del día martes con un claro objetivo de polemizar sobre la figura del juez. Trolls y perfiles de individuos afines al Gobierno se encargaron de bastardear las redes con un mensaje crítico a la tarea que había ejercido el fallecido magistrado. Ninguna muerte debe celebrarse. Es macabro manifestar alegría por el fallecimiento de otra persona, sea quien sea. Ese trending topic y los mensajes que lo acompañaban demuestran cuan miserable pueden llegar a ser los seres humanos. Actuar de ese modo describe lo que son algunas personas, llenas de perversidad y altanería.
Cuesta comprender el razonamiento de aquellos que celebran la muerte de otro o del “enemigo”, como vitoreaban varios. Recurrente comportamiento argentino, los mismos que hoy celebran la muerte de Bonadío festejaban tras la controvertida muerte del fiscal Alberto Nisman, por citar dos casos cercanos en el tiempo, pero hubo otros episodios en la historia argentina con un tinte similar, de uno y otro lado de la actual grieta. La muerte de una persona debe conllevar un contiguo respeto hacia los familiares y personas cercanas al fallecido, por lo menos en el corto plazo. Salir a despotricar contra su figura, en pleno duelo de familiares y amigos, es canallesco y de una insensibilidad supina.
Las reacciones de fanáticos extremistas tienen su correlato por el tenor de las investigaciones que llevó a cabo el “Sicario”, tal como lo definió Cristina Kirchner en su libro “Sinceramente”. En esa concepción de pendular moralidad en la que vivimos los argentinos, la Justicia no está exenta. Si juzgan al que nos simpatiza, el sistema judicial es maquiavélico, perverso y necesita una reforma de raíz. Si, por el contrario, no se lo juzga, haremos oídos sordos y la vista gorda ante los reclamos de otra porción de la sociedad que condena al acusado. Trabalengua de estos tiempos, esta reciente pero eterna dualidad argentina también invita a reflexionar sobre lo dañino que está la concepción sobre las instituciones en nuestro país. Muchos de los que festejaban el fallecimiento del juez lo hacen porque piensan que las causas caerán tras su ausencia. En un país predecible donde las instituciones tienen un funcionamiento adecuado, las causas deberían seguir su rumbo con el magistrado que reemplace a Bonadío en el Juzgado Federal 11, sin la intervención de ningún otro poder en las investigaciones de las mismas, respetando su accionar y garantizando la independencia judicial.
Los antipáticos mensajes hacia la figura del magistrado son un caso más de la propagación del odio que existe en las redes sociales, un campo ideal para sembrar las semillas del rencor, gracias al anonimato y despersonalización intrínseca de las mismas. En Argentina, la eterna grieta se extrapola a lo digital desde lo político hasta lo deportivo, como también en lo religioso, social, género, económico, etc. “Para mantener la paz en la mesa no se habla de fútbol, política y religión” es un axioma que convive en el acervo de los argentinos desde antaño. Dentro de lo irracional que resulta celebrar la muerte ajena, desde allí puede aproximarse un poco la comprensión de como reflexionan aquellos que emiten esos comentarios. Pero el fenómeno de odio no es solo local. En el plano internacional, el desprecio digital encuentra su correlato en los contemporáneos mensajes xenófobos y las amenazas que existen hacia inmigrantes, activistas, políticos y celebridades. Este odio que representa el lado más oscuro de las redes sociales que ya no brillan por su efecto democratizador como lo hacían hace poco más de una década.
En twitter coexisten dos mundos: el primero que se va apagando lentamente que es fantástico en esencia, formidable por los diálogos que enriquecen el conocimiento y otro que está en su auge, mucho más nefasto, ruidoso y despiadado, que se ampara en la libertad de expresión absoluta para ocasionar daños. Es ese ruido que nos hacen los repudiables mensajes que se pueden observar en #JusticiaDivina, un constante zumbido que lastima y que atraviesa limites que no deberían cruzarse.