Reforma constitucional en Rusia: la acumulación de poder y proceso cultural de Putin

Los ciudadanos rusos decidieron por medio de un referéndum aceptar las enmiendas constitucionales propuestas por su presidente. Vladimir Putin no solo tendrá la posibilidad de presentarse a dos mandatos de seis años más, sino que en las enmiendas se prevén cambios culturales que pueden adquirir jerarquía constitucional

El 15 de enero el presidente ruso presentó su propuesta de reforma constitucional ante la Asamblea Federal. El planteo de consulta popular para introducir cambios a las enmiendas, análogo al de 1993 con la flamante disolución de la Unión Soviética, estaba programado para los últimos días de abril pero por la pandemia fue reprogramado para la semana del 25 de junio. Si bien las reformas habían recibido el “visto bueno legal” del Parlamento y el Tribunal Constitucional, más de 100 millones de rusos votaron dando como resultado parcial un 77% a favor de los cambios propuestos.  

Las reformas incluyen 206 modificaciones, pero la principal es aquella que permite la chance de una eventual reelección de Vladimir Putin. Aunque la enmienda dice que “una persona no puede servir como Presidente de la Federación de Rusia por más de dos mandatos”, se aclara que la disposición se aplicará al Presidente de la Federación de Rusia en el cargo a partir del momento en que esta Ley entre en vigencia, descontando el número de términos durante los cuales dicha persona ha servido en este puesto a partir del momento en que esta Ley entre en vigencia”.

Más de 100 millones de rusos votaron dando como resultado parcial un 77% a favor de los cambios propuestos. 

Putin llegó a la presidencia en el año 1999 como interino, luego de que su predecesor Boris Yeltsin haya renunciado inesperadamente. Al año siguiente ganó las elecciones y hasta 2008, con una reelección mediante, se mantuvo en ese cargo. Pero en 2008 la Duma Estatal lo nombra Primer Ministro y se inició un período de “bicefalía ejecutiva” con Medvédev, como presidente. Este propuso nada más ni nada menos que en su primer discurso de noviembre de 2008 extender a seis años el período de gobierno ejecutivo en una reforma constitucional, aprobada al mes siguiente. Putin fue elegido en 2012 como presidente y reelecto en 2018.

Durante 20 años el discurso político de Putin se consolidó poco a poco. Es importante remarcar que su predecesor Yeltsin se declaraba independiente, dejando su filiación al Partido Comunista con la disuelta Unión Soviética, pero sin dudas en una búsqueda de desideologizar el Estado. Putin desde sus primeros años contrastó ideológicamente con Yeltsin en una búsqueda política nostálgica de los años comunistas: “Hay que lograr que la gente vuelva a creer en el Estado”

Pero todo reacercamiento ideológico conlleva de una búsqueda simbólica de tradiciones, y tiene detrás un proceso cultural que toda hegemonía busca activamente según Gramsci. La reintroducción del himno soviético en el mismo año que fue elegido presidente marca un hito simbólico, o en términos gramscianos “una tradición selectiva e intencional  de un pasado configurado y un presente preconfigurado”. Hay una pretensión de “supervivencia del pasado” soviético en este caso.

El “Día de la victoria” que conmemora la victoria soviética sobre el nazismo también fue una tradición recuperada institucionalmente por Putin, ya qué se abandonó en los 90 durante los años de Yeltsin. Enmiendas de la nueva constitución como la de “defensa de la verdad histórica” y la “condición de Rusia como heredera leal de la extinta Unión Soviética” reflejan todo un refuerzo al proceso cultural e ideológico que propone el presidente ruso. “Una cultura efectiva es siempre algo más que la suma de sus instituciones” decía Gramsci, al tiempo que Putin ha insistido desde su llegada que “hay nostalgia por la URSS”

Otra reforma es la que establece la lengua rusa como oficial en un país (con 39 idiomas diferentes) que antes permitía indirectamente en la constitución a las Repúblicas rusas autonomía a establecer sus propios idiomas. Gramsci enuncia la socialización específica e internalizada como condición indispensable para la autoidentificación; en este caso, con la lengua como vehículo socializador que puede también reforzar sentimientos nacionalistas de gran arraigo.

La figura de Dios fue incluida en la constitución, en linea con el patriarca Kiril de la Iglesia ortodoxa rusa, de estrecho vínculo con Putin. El rol de la religión es una novedad con la reconquista soviética del presidente, ya qué la Iglesia ortodoxa ha tenido más conflictos que acercamientos en 69 años comunistas. Pero sin dudas es una institución más que Putin puede encontrar conveniente “por su influencia en el proceso activo cultural” y los más de 70 millones de fieles que reune.  

Por último, la enmienda que establece el matrimonio como “únicamente una unión entre un hombre y una mujer” también está contenida en esta reforma. El presidente ha hecho expreso su rechazo al matrimonio homosexual reiteradas veces, pero las marchas LGBT son cada vez más numerosas en las grandes urbes rusas; lugares que además reunen a un segmento etario joven cada vez más esquivo ideológicamente con el mandatario ruso. Se trata de una posible preemergencia activa e influyente en términos gramscianos, que sin estar plenamente articulada, puede traer una nueva cultura emergente.