La peligrosa estrategia de desinformar

Es sabido por todos: los tiempos electorales, junto a los períodos de crisis (sean éstas sanitarias, económicas y/o sociales) son los principales momentos donde hay una sobreabundancia de contenidos desinformativos que nos inundan de incertidumbre y trastocan nuestra toma de decisiones. Las próximas elecciones primarias abiertas, simultáneas y obligatorias del 12 de septiembre y las legislativas del 14 de noviembre también empiezan a ser víctimas de la desinformación, aunque no tanto por las propuestas de los candidatos (las cuales no parecen ser del todo claras) o las estrategias de “operaciones mediáticas” sino por la estrategia asumida por el Gobierno en estos últimos días.

Estamos atravesando, en materia de propagación de contenidos falsos, un período en donde confluyen dos variables peligrosas como la cercanía de las elecciones y un momento de crisis severa, tanto en el plano sanitario donde todavía seguimos teniendo poco más de 1/4 de la población vacunada con el esquema completo de dos dosis y en lo económico, producto de las medidas tomadas durante 2020 y algunas de 2021 que han impactado de manera negativa en el bolsillo de todos los argentinos. Dos ítems que, en un país medianamente normal, solo pueden dañar mas la imagen de un gobierno y golpearlo fuertemente en las urnas, en esa primera encuesta general que tendremos a mediados del mes de septiembre. 

Estamos atravesando, en materia de propagación de contenidos falsos, un período en donde confluyen dos variables peligrosas como la cercanía de las elecciones y un momento de crisis severa tanto en el plano sanitario como en lo económico

No obstante, en el plano de la comunicación estratégica, estas elecciones plantean una paradoja vinculada a una suerte de nueva mutación sobre la propagación de contenidos desinformativos. En tiempos electorales pasados, la desinformación circulaba por los andariveles de las campañas negativas hacia uno u otro candidato pero con diferentes interlocutores que nunca eran ellos mismos sino los medios de comunicación o algunas cuentas falsas en las diferentes redes sociales. Casos de estudio hay no sólo en Europa y los Estados Unidos, sino también a lo largo y ancho de toda América Latina, siempre y cuando hablemos de las campañas falsas que tienen cierto grado de complejidad, aunque todavía lejanas a las grandes redes de desinformación por encargo que se están conociendo por estos días que tuvieron un gran impacto en el último año y que sirvieron como caldo de cultivo para incrementar el sentimiento antivacuna que hay en el mundo.

Lo paradójico que está ocurriendo por estos días es que es el propio gobierno quien está utilizando estrategias concretas de engaño y desinformación para soslayar algunas cuestiones innegables de la realidad que están deteriorando su imagen y, con ella, la de sus principales candidatos, como una suerte de efecto dominó. Un claro ejemplo de ello es lo que sucedió por estos días con la famosa foto donde se celebraba un festejo de cumpleaños en la Quinta de Olivos en plena etapa de riguroso aislamiento social, preventivo y obligatorio, más conocido como ASPO. Previo a eso, es necesario comprender que, a lo largo de los años, la clase política siempre ha hecho un uso y abuso del concepto “fake news”, para desacreditar aquellos comentarios negativos y tomar una postura evasiva hacia las preguntas periodísticas y demandas sociales que realmente incomodan. En sintonía con ello, se percibe que cada vez va más en alza la intención de los gobiernos de desinformar sobre la desinformación, como mínimo desde una cuestión conceptual, confundiendo fake news con desinformación. El caso del observatorio Nodio el año pasado es fiel testigo de eso.

Pero volviendo al tema en cuestión, dentro del paralelismo con las ya conocidas categorías de desinformación que la investigadora de First Draft News, Claire Wardle, estableció para desnudar el grado de intencionalidad de engaño deliberado, el Gobierno parece haber incursionado en varias de ellas con su estrategia comunicacional frente a #LaFoto. De ese modo, alterando el orden prestablecido por Wardle, el Gobierno pasó del contenido engañoso (negando el hecho) al contenido manipulado (cuando se asumió que las fotos estaban adulteradas por la supuesta inclusión del presidente) hasta casi inmiscuirse en prácticas satíricas (cuando el presidente sembró la semilla de la duda sobre si su accionar configuraba o no un delito, algo prácticamente descartado y hasta considerado absurdo por casi todos los abogados). De lado la inmoralidad y desprecio evidenciado por tomarse esas “concesiones” cuando se nos pedía quedarnos en casa y hasta se nos sancionaba por salir a trabajar, lo que evidencian tantas idas y vueltas con la foto del cumpleaños es la pérdida de la brújula de hacia dónde va el país que tiene su correlato con el desorden comunicacional del oficialismo y con una estrategia en la que, pareciera, vale todo.