La “cultura virtual” y la vuelta a los circuitos presenciales

Distintas experiencias muestran que, en el contexto de la ya finalizada ASPO, la experiencia de la distribución virtual de la cultura muestra dificultades económicas durísimas, más allá de ciertas herramientas nuevas que han aparecido.

Por Santiago Nuñez

Hay un escenario a 30, 50 o 70 cuadras de donde está el espectador. Hay una familia que va al cine a mirar una película que se expone a kilómetros de donde esa misma familia está. Un o una joven hace una clase de música con compañeros que no solamente no están en su misma sala sino que incluso se encuentran en otros barrios, en otras ciudades o en otros países. Todos los casos tienen la misma particularidad: hay una pantalla prendida.

En efecto, los consumos y las prácticas culturales se vieron absolutamente afectadas en los últimos tiempos. Una parte de este fenómeno obligó a la creatividad de utilizar plataformas virtuales para la realización de obras, clases o ciclos culturales. A su vez, este mismo proceso deja problemas laborales estructurales en profesiones en las que, salvo excepciones, se cobra por lo que se trabaja. Así, cientos de trabajadores de la cultura ven sus ingresos afectados de una manera muy concreta.

Siempre con una pantalla prendida, los consumos y las prácticas culturales se vieron absolutamente afectadas en los tiempos del coronavirus

Del otro lado del Zoom

La pandemia del Coronavirus obligó, como es de público conocimiento, a las restricciones de movilidad y el cierre de la gran mayoría de las actividades que impliquen un contacto directo. Entre ellas, el cine, el teatro, las clases de todo tipo, los recitales y demás dejaron de realizarse de manera presencial y tuvieron que comenzar a desempeñarse a partir de iniciativas virtuales. 

Laburamos con Zoom cerrado con los intérpretes, directores y técnicos y un link privado de youtube que es como si fuera la entrada, es decir, retransmitimos con streaming. Vos no encontras el link, tiene alguien que haberte invitado. Hacemos también el ensayo por esa plataforma. Es complejo porque uno es actor, intérprete y también camarógrafo”, cuenta Natalia Badgen, actriz cuyo trabajo lógicamente se vio afectado por este contexto, por la rareza que implica para su ámbito natural o común el funcionamiento virtual: “El teatro es irremplazable en el cuerpo del actor y el espectador. Es raro porque en el ámbito escénico, como el teatro y la danza, la premisa de nuestra actividad es el “aquí y ahora” con el público y no teníamos ese lugar en común. El “ABC” del teatro, más allá de los debates, es que siempre tiene que haber un actor y un espectador”.

Por su parte, Joaquín Castán, da clases de música de batucada samba reggae en la escuela Cafundó. Tuve que hacer un curso aceleradisimo de todo lo que sería una clase online”, cuenta y admite que la idea al principio “no le gustaba mucho”. Sobre la dinámica, Joaquín admite que es extraña y que trabaja por un Zoom en el cual se mutea a todos los participantes y él empieza a tocar los tambores. Comenta, a su vez, que todo lo que tiene que ver con el intercambio de material resulta fundamental en los tiempos que corren: “Compartiendo pantalla mostramos videos y recomendamos ciertas escuchas. Buscamos hacer hincapié en ver cosas así que, dichas en una clase presencial, quizás la gente las olvida. Tiene cosas que dieron frutos”.

Por su parte, Alejandra Ruiz es de Comunidad Cinéfila, emprendimiento que organiza quincenalmente ciclos de cine que en general incorporan al debate integrantes de las películas (por ejemplo, el director) y que busca  reconstruir el “espacio social” del cine. “Hasta marzo de este año lo hicimos siempre en salas. Ante la incertidumbre que surgió en los comienzos de la pandemia empezamos a pensar en la posibilidad de hacer funciones virtuales. Comenzamos con un ciclo llamado ‘Cine Club de cuarentena’ donde revisábamos películas que ya se habían proyectado, contactamos a directores, etc. Tuvimos muy buena recepción de parte de nuestros espectadores y se sumaron nuevos”, explica.

Como se ve, la distribución cultural y su difusión en tiempos de ASPO, si bien permitió ciertas iniciativas innovadoras, generó inconvenientes en términos de constitución de lazos sociales ya sea en la relación entre los generadores de la obra y los espectadores, así como en la relación docente-estudiante. Si bien quizás en la experiencia de los ciclos de cine no se sintió tanto, sí lógicamente en el cierre de las grandes salas y en términos generales en todas las ofertas culturales. Pero ese no fue ni es el único de los problemas.

La plata no es virtual

“Me venía dedicando de lleno, exclusivamente a dar las clases”, indica Castán, que agrega que, lógicamente, muchos estudiantes que participaban de la cursada presencial no se sostuvieron en la virtualidad. Eso implica una reducción de los ingresos que, a su vez, impactó a fondo principalmente en quienes trabajan. 

Joaquín, de esa forma, cuenta que tuvo que buscar otro trabajo mientras continúa con las clases por Zoom. Natalia, por su parte, afirma: “Es tremendo lo que está pasando. Se agudizó la precarización que teníamos previa. No hay ningún tipo de cobertura por el hecho de que no estemos trabajando. Somos algo así como trabajadores golondrina”. 

Si bien el teatro en tiempos de distanciamiento encontró funciones al estilo de las “gorras virtuales” y otras cuyos pagos se realizan a través de plataformas digitales, es evidente que la situación ha sido agobiante para quienes viven del teatro. Algunos datos lo demuestran. Un 90% de desocupación se vive en el rubro de las “artes escénicas”, dado que es muy bajo el porcentaje de trabajadores en verdadera relación de dependencia (lo que habitualmente se dice “en blanco”), por lo que la falta de actividad presencial ha facilitado las pérdidas de puestos de trabajo. 

En la misma orientación, la falta de intervención de los organismos públicos está a la orden del día. Si bien se establecieron las Becas Sostener Cultura y Fortalecer Cultura, tales iniciativas son muy menores en el universo de quienes trabajan en este campo. La primera, alcanzó a 21.348 personas con 30 mil pesos en cuotas, mientras que la segunda a más de 30.000 “beneficiarios” cuya inversión general es de 45.000 pesos por persona. Ambos subsidios no podían cobrarse en caso de participar en el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE). Es decir, todos fueron subsidios por única vez y en ningún caso llegaban a un sueldo. La precarización laboral queda más al desnudo que nunca.

En ese sentido, con la llegada de la DISPO, se puso en carpeta el problema de la “apertura”, que ya comenzó en la Ciudad de Buenos Aires. “El Ministerio de Cultura de la Ciudad anuncia los protocolos de seguridad acorde a las normas dictadas por los organismos jurisdiccionales y nacionales para llevar adelante el regreso paulatino de las diversas actividades y manifestaciones escénicas”, declaró la página web del gobierno de la ciudad el pasado 16 de noviembre. 

Esta presión para abrir las salas aparece como una “solución” a los problemas económicos del sistema cultural, que igualmente es evidente tiene problemáticas de fondo que perjudican a quienes trabajan. Esos mismos intereses entrarán a la hora de discutir e implementar los protocolos pertinentes. La plata no es virtual y detrás de ella hay intereses particulares.

La próxima vez

La pandemia ha dejado cierto conocimiento y herramental práctico para la inclusión de la virtualidad en la difusión cultural. No obstante, en un efecto más grave y más abarcativo que el primero, ha profundizado un ámbito que ya tenía dificultades laborales y económicas para quienes trabajan en él, en un efecto devastador para actores, docentes y todo aquel que vive de esos ciclos culturales. 

En las vísperas de la vuelta en tiempos de DISPO (y no de ASPO), hay trabajadores a la deriva que no saben que va a ocurrir con su futuro. Esta es la principal urgencia, más allás de que haya espectadores que dentro de poco volverán a ver el escenario de cerca o que tienen como recuerdo lejano una clase de baile con algún compañero en la baldosa de al lado.