La culpa es del otro

El análisis de la pandemia y sus efectos en el contexto del gobierno encabezado por Alberto Fernández, presenta una multiplicidad de aristas que de ninguna manera se agotan en unos cuantos párrafos. No obstante, se reconocen ciertos rasgos comunes y sistematizados presentes desde agosto del 2020 (mes del anuncio del presidente Fernández sobre la fabricación conjunta con México de la vacuna de Oxford) a esta parte, que parecieran dar cuenta de una modalidad de respuesta frente a la falta de resultados o a los señalamientos por parte de la oposición, la ciudadanía o las corporaciones mediáticas de los errores cometidos. Esa estrategia perfectamente ensayada por funcionarios de la primera línea de gobierno, se reduce a la existencia de “problemas de comunicación” o, peor aún, a la “falta de comunicación’’ como principales obstáculos para el éxito de las políticas públicas implementadas

Sin entrar en el análisis de las decisiones (su conveniencia, resultados o alternativas), es posible reflexionar respecto de este enemigo invisible que, para el gobierno, es “la comunicación”. Pareciera un recurso sencillo, a mano de quienes no encuentran respuestas en la política (en sentido estricto), deslindar responsabilidades en aquello de lo que todos hablamos, que muchos estudiamos, pero que nadie puede identificar puntualmente como es la comunicación. Entonces, a lo largo de estos últimos nueve meses, el gobierno se ha venido transformando en su propio enemigo al reconocer dichas falencias y equivocaciones, porque, si la comunicación política no es más que la dimensión pública de la política (decisiones), los “problemas de comunicación” no son más que el reconocimiento implícito de los errores propios, de las malas decisiones o de la implementación deficitaria de las políticas públicas. 

los “problemas de comunicación” no son más que el reconocimiento implícito de los errores propios, de las malas decisiones o de la implementación deficitaria de las políticas públicas

Esta dimensión de la gestión comunicacional de la pandemia por parte del gobierno nacional, no hace más que evidenciar las enormes dificultades que ha tenido para tomar decisiones (y encontrar resultados) y la urgencia que condujo, en muchos momentos, ha tomar medidas que, probablemente, requerían un mayor análisis y un consenso aún mayor. Porque malas decisiones conducen inevitablemente a procesos de comunicación que no logran satisfacer las expectativas, lo cual permite asegurar que nunca la comunicación podrá resolver lo que la gestión no logre encauzar. En definitiva, la comunicación gubernamental (como dimensión de la comunicación política) no es más que la expresión pública de las decisiones del Presidente de la Nación o de alguno de sus Ministros, y si las mismas sobredimensionan las expectativas de los actores sociales, por ejemplo, frente a anuncios o afirmaciones exageradamente optimistas, se comprende el rechazo posterior a medidas que carecen de legitimidad y confianza.

Ahora bien, ¿todo lo antes mencionado indica problemas de comunicación? No, en lo absoluto. El problema radica en la decisión política de anunciar, confrontar, romper cadenas de consenso o aislarse de la opinión pública que en definitiva responden a necesidades y expectativas propias de la construcción política del gobierno. En definitiva, la comunicación se ha convertido en el chivo expiatorio de quienes toman malas decisiones, pero prefieren no hacerse cargo. Es por ello que siempre la culpa es del otro.