Factores de fragilidad de una economía inestable

La economía argentina se encuentra en un estado crítico que, en el corto plazo, parece estar distante de un ciclo de reversión. Por el lado de la actividad económica, se observa una caída sin precedentes en términos mensuales y, en el plano financiero, se establecen fuertes tensiones cambiarias y financieras que parecen llegar al límite de su contención. Este panorama se circunscribe, una vez más, con condiciones y recursos no acordes a la magnitud de la crisis.

Desde ese panorama monetario y financiero sumergido en tensiones y potenciales distorsiones sobre los precios de la economía, se enmarcan distintos tipos de decisiones pero de similar naturaleza, restrictiva. Desde la descoordinación y acotada apertura económica luego de seis meses de confinamiento, hasta la decisión de la ampliación de restricciones en el mercado de cambios, particularmente en la compra de dólares. Todos factores que están muy cercanos a generar mayor incertidumbre y potenciales distorsiones sobre los precios y las decisiones de los agentes económicos.  

El complejo de dificultades en la que se sitúa la economía argentina evidencia la necesidad de soluciones sustentables que no son equivalentes con medidas de corto. Si bien respecto a las reservas internacionales estamos frente a una fragilidad patrimonial del Banco Central que se debe resolver con celeridad.

En ese sentido, sería muy auspicioso a los efectos de evitar mayores disrupciones o minimizarlas en el futuro, intentar identificar la existencia de factores o condiciones que actúen como subyacentes a esa situación. Si bien esa identificación deberá ser con una perspectiva de diversidad en relación a las causas, pues no todas serán económicas, es posible que se evidencien ciertos factores que no son tenidos en cuenta en su grado de importancia correcto lo cual conforma posiciones notoriamente intrigantes al momento de analizar fenómenos concretos de nuestro país. Todas las crisis son distintas pero parecen pertenecer a una familia idéntica cuyos preceptos y denominadores comunes están enclaustrados en pocos factores que, por cierto, son sustancialmente complejos.

Desde nuestra perspectiva, los aspectos que subyacen a eventos de crisis observadas en reiterados períodos de tiempo en nuestro país están relacionados, por un lado, con el gran nivel de incertidumbre que se repite como un hecho estilizado en aspectos cotidianos de la realidad y, por otro, la noción incorrecta respecto a la disponibilidad de recursos real y efectiva con que cuentan los agentes económicos en nuestra economía. Ambos aspectos notan un vínculo muy estrecho y están presentes en la mayoría de los eventos previos y durante las crisis económicas. En efecto, la literatura económica dispone de evidencia respecto a esos factores, desde la noción de riesgo e incertidumbre hasta los desarrollos en torna a la idea de pseudoriqueza e inconsistencia en la estructura económica.    

Primeramente, un mayor grado de incertidumbre tiene efectos sobre la identificación y medición correcta de diversas variables de la vida diaria, es decir, al momento de realizar un  análisis de estado de situación, los hacedores de política tienen un conocimiento distante de lo real sobre las variables ya que entornos de gran incertidumbre redundan en cambios súbitos en las decisiones de los agentes respecto a consumo, ahorro e inversión. Esto resulta que en economía se insista con que no conocemos la verdadera distribución de probabilidad de eventos. A su vez, ese desconocimiento se profundiza en economías inestabilidades donde hay posiciones de extrema discrecionalidad. Discrecionalidad que se nutre no solo de posiciones ideológicas, muchas veces desestabilizantes, sino también del mismo escenario incierto.

Factores de incertidumbre pueden alterar la vida cotidiana generando revisiones en las decisiones humanas y modificaciones del estado y orden de las cosas, con la posibilidad de  alterar abruptamente el futuro inmediato respecto a lo que era esperado en el momento previo. La incertidumbre generada, cualquiera sea su fuente, altera los planes y decisiones económicas que realizan los agentes económicos lo cual induce a la economía a ciclos profundos de caídas y recuperaciones. Muchas veces nos preguntamos si las recuperaciones son con la intensidad adecuada para arribar nuevamente al estado anterior a la crisis.

El otro factor que postulamos es la sensación o percepción en relación a disponibilidad de riqueza financiera y productiva, y su diferencia respecto de la verdadera disponibilidad de recursos. Una percepción más alta de riqueza por sobre la que efectivamente se dispone genera decisiones poco acertadas e insostenibles en el tiempo. Solo recordemos los períodos de exceso de endeudamiento en períodos acotados de tiempo con el argumento de que el crecimiento económico estimado generaría los recursos suficientes al momento de cancelar esos pasivos. La insostenibilidad de esas decisiones aumenta en la medida que los plazos de pago de los pasivos sean más acotados.  Esta dinámica se profundiza cuando las decisiones de gasto se realizan con una proyección de ingresos que no son consistentes con la riqueza subyacente, es decir, se proyecta una riqueza que en la mayoría de los casos es menor a la riqueza real.    

Por lo tanto, decisiones de deuda de corto plazo sin disponer de la correcta información sobre los recursos productivos y financieros para afrontar esas obligaciones constituyen, desde nuestra perspectiva, un factor generador y amplificador de crisis que, en muchos períodos de la historia económica nacional, han sido fundamentales en la irrupción de una crisis financiera y económica.  

En suma, es esperable que las decisiones de política económica no solo traten despejar el horizonte de incertidumbre que impone restricciones sobre las decisiones de producción, inversión y consumo, sino también se realicen con criterios de consistencia temporal desde los cuales la política pública evalúe en forma sistémica las causa y los efectos, como así también el costo de oportunidad de cada decisión. Estos aspectos deberían ser tenidos en cuenta, al menos para gestionar de una manera distinta a lo que estamos acostumbrados. 

*El autor es profesor de Macroeconomía de la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires